En el sector militar, la lógica de la guerra y del poder implica el control de los recursos clave para vencer al enemigo. En esta perspectiva, el reto bélico del siglo XX fue el control del espacio, incluido el dominio del clima y de las comunicaciones.
A lo largo de los artículos gentilmente publicados por El Día de Zamora todos los viernes desde el 19 de julio, el lector ha descubierto que las estelas que cubren los cielos de la provincia, dejadas por aviones civiles y militares, son tóxicas y que forman parte de un programa de modificación climática destinado no tanto a paliar un dudoso calentamiento global como a controlar el clima con fines militares en el marco de la OTAN. Pero no solo el clima.
Es cierto que la capacidad de un país para generar huracanes, diluvios, nieblas, nubes, o para deshacerlas y generar sequías que destruyan los sistemas hídricos y agrícolas del enemigo y por lo tanto su capacidad de supervivencia, le darían una baza incuestionable a la hora de alzarse con la victoria. Pero el colofón, lo que verdaderamente le daría el dominio total del planeta, el señorío mundial, sería tener además el control de las comunicaciones terrestres y satelitales. La capacidad para cortar al enemigo, real o imaginado, además del grifo del agua, el canal de comunicación interna y externa, significaría el aislamiento completo, la derrota total y en muchos casos el exterminio.
Si ya es inimaginable creer que un país haya podido alimentar la perversión del poder hasta el punto de pretender poseer el clima terrestre con fines bélicos para tener el control sobre los recursos hídricos del planeta; que tenga la tecnología para ello; que la haya utilizado documentalmente; y que además la esté poniendo en marcha a escala global aquí y ahora, ¿cómo podremos imaginar las pobres gentes que somos, el control de las comunicaciones terrestres y satélites? ¿Dónde está ese grifo para que nos lo puedan cerrar también?
La sede de las ondas que permiten la transmisión de las comunicaciones civiles y militares de alta frecuencia, terrestres y espaciales, incluidos los sistemas de vigilancia como la detección de misiles, es la ionosfera. Esta región de la atmósfera se sitúa, entre los 60 y los 500 km, dependiendo de autores. Y consiste en capas de partículas de carga eléctrica libre que transmiten, refractan y reflectan ondas de radio, permitiendo que esas ondas puedan transmitirse a grandes distancias alrededor del globo. Pero las propiedades ionosféricas cambian permanentemente reduciendo la fiabilidad de las comunicaciones terrestres y espaciales que dependen de la reflección o transmisión ionosférica (sobre todo HF). Por lo tanto, nada mejor que crear una ionosfera artificial para controlar todas esas variables.
En el informe de las Fuerzas Aéreas Americanas «Poseyendo el clima para 2025» bajo el título Dominio de las Comunicaciones via Modificación Ionosférica, se explica que la generación de una ionosfera artificial sería útil para el control integral de comunicaciones amigas y enemigas. Y resuelve el problema mediante una serie de métodos como la inyección de vapores químicos, calentadores, o espejos ionosféricos, entre otros, que podrían teóricamente reflectar ondas de radio con frecuencias de hasta 2 GHz, lo que supone dos tipos de magnitud superior a las ondas reflectadas por la ionosfera natural.
A nosotros simples mortales todo esto se nos escapa. Pero ¿cómo son, dónde están esos calentadores ionosféricos de los que hablan y qué efecto tienen en la tierra? La recientemente fallecida Epidemióloga y Física Nuclear de prestigio mundial, Rosalie Bertell, verdadero azote de los programas secretos militares estadounidenses, hizo un informe al respecto para las Naciones Unidas que terminó recalando en una resolución del Parlamento Europeo aprobada el 14 de enero de 1999 sobre medioambiente, seguridad y política exterior (A4-0005/1999) cuya ponente fue su amiga y activista antinuclear, la eurodiputada sueca Maj Britt Theorin, a quien tuvimos el placer de entrevistar el pasado mes de enero.
Aquí, por vez primera, se habla de unas instalaciones en Gakona, Alaska, en las que se está llevando a cabo un Programa de investigación de alta frecuencia auroral activa conocido por sus siglas en inglés HAARP. El principal dispositivo de la Estación HAARP es una red de 180 antenas que actúa como potente radiotransmisor de alta frecuencia dirigido a modificar las propiedades en una zona limitada de la ionosfera, financiado por la Fuerza Aérea, la Marina de los Estados Unidos, el Departamento de Defensa y la Universidad de Alaska. Esta estación que se activó en 1993 costó 250 millones de dólares hasta 2008 que se financiaron con dinero público. Al parecer fue la respuesta americana cuando tras el fin de la Guerra Fría en el 89 se descubrió la superioridad rusa en este campo que diez años antes había logrado una instalación, SURA, 50 veces más potente que HAARP (180 MW frente a 3,6 MW). Desde entonces se han construido decenas de instalaciones semejantes dispersas por el mundo, la estación europea, EISCAT, en Noruega, cumple el mismo objetivo.
La Doctora Bertell definió HAARP en ese informe como un sistema de armas destructor del clima fuera de todo marco legal. Un asunto de envergadura global que supone una grave amenaza contra el medio ambiente con un impacto incalculable para la vida humana. Y propuso que se llevase a cabo una investigación independiente por el STOA. – Aunque esta agencia no parece tan independiente como era de esperar pues hoy es una fiel defensora de la geoingeniería. Rosalie alertó en ese mismo informe que el HAARP afectaría a la resonancia Schumann del espectro radioeléctrico de la tierra, que se corresponde con la frecuencia de la onda cerebral alfa pudiendo provocar graves alteraciones en la salud mental de las personas.
En esta óptica de control planetario del clima y de las comunicaciones desde la ionosfera está prevista la creación de una Red Climatológica Global de origen civil y militar con un ancho de banda enorme que, a través de sensores mejorados en tierra, mar, aire y en el espacio, y mediante un sistema computarizado avanzado, ofrecería predicciones metereológicas en tiempo real, reales o virtuales. Esa red, está claro, aportará acceso a los centros de predicción alrededor del mundo, ofreciendo predicciones a la carta. En otras palabras nos encontramos ante la creación de un monopolio de control climático e informativo. Esto deja imaginar que quien no comulga con estas prácticas ni participa en estos programas pueden ver cerrados los dos grifos de la subsistencia: el del agua y el de las comunicaciones.
El funcionamiento de esta red de sensores en la atmósfera requiere de un soporte conductivo que la haga viable, una capa de partículas con propiedades reflectantes y transmisoras como el aluminio, y el bario. La dispersión de estos materiales por los aviones fumigadores se hace junto con otras sustancias utilizadas en la generación o dispersión de nubes como los nanopolímeros, nanofibras y nanofilamentos que al tiempo que «vehiculan» los compuestos químicos, transforman la energía electromagnética en calor.
El informe 2025 explica que a la hora de generar un clima artificial la nanotecnología ofrece posibilidades inmensas. Una o varias nubes de partículas microscópicas computarizadas, comunicándose entre sí podrían bloquear sensores ópticos, o ajustarse para hacerse más impermeables a otros métodos de vigilancia. – Lo que sugiere que las fibras que están dispersando en nuestros campos y sobre nuestras cabezas, que penetran en nuestros cuerpos, pudieran estar dotadas de inteligencia artificial para lograr un objetivo que desconocemos.
Según el mismo informe, estas nubes de partículas computarizadas también podrían aportar una diferencia de potencial eléctrico atmosférico, que no existiría de otro modo, para lograr descargas eléctricas perfectamente dirigidas y cronometradas… Esto nos lleva a pensar en el origen real del aumento de los fuegos salvajes en nuestro continente. Solo en Siberia en agosto de 2012 ardieron 30 millones de hectáreas. Y en nuestro país 165.000 hectáreas el mismo año.
El famoso informe remata la faena al afirmar que una de las mayores ventajas de usar un clima simulado para lograr un determinado efecto es que contrariamente a otros enfoques, éste hace que lo que se podría considerar resultado de acciones deliberadas aparezca como consecuencias de fenómenos naturales. Y señala que además es relativamente barato de hacer. De acuerdo con J.Storrs Hall, un científico en la Universidad de Rutgers, Jersey, que llevó a cabo una investigación en nanotecnología parece que los costes de producción de estas nanopartículas podría ser el mismo que para ¡medio kilo de patatas!
Sencillamente no hay palabras para expresar el desprecio por estas prácticas, por quienes las idean, por quienes las ejecutan, y por quienes las permiten. No hay palabras para expresar el horror, la indefensión y la impotencia de ser víctimas obligadas. Sentimos que la realidad supera la ficción. Estamos en pleno rodaje de una película de terror sobre nuestro propio destino con un mal final. La trama es clásica, la codicia de unos países y ejércitos que aspiran a controlar la tierra, y de unos científicos sin escrúpulos que juegan a aprendices de brujos con los matraces de la vida alterando el orden natural de los sistemas terrestres en nombre de «un bien común» cuya tutela nadie les ha atribuido. Pero, ¡quiénes son ellos! Ya nos lo advirtió el general y presidente de los Estados Unidos Eisenhower en su discurso de despedida al Congreso: «debemos cuidarnos de la influencia, deliberada o no, del entramado Militar-Industrial en los consejos de gobierno. El potencial para la nefasta escalada de poder fuera de lugar existe y persistirá».
Uno de los apóstoles de la geoingeniería, David Keith, afirma sin un atisbo de rubor, que en este asunto habrá ganadores y perdedores, pero que de todas formas el riesgo no lo pagaremos nosotros si no ¡nuestros nietos! Si la geoingeniería es una forma de terrorismo ambiental este señor debiera ser encarcelado por apología terrorista sin más tardar. Pero como ya sabemos quiénes somos los perdedores, en el próximo artículo hablaremos de quienes son los ganadores de esta gran infamia.
Hoy 23 de agosto, la Asociación los Chopos de El Maderal mantendrá una conferencia sobre geoingeniería, medioambiente y salud pública, a las 19.00 horas.